La fibromialgia se caracteriza por un dolor crónico generalizado, donde se asocian otros síntomas como trastornos del sueño, disfunción cognitiva, cansancio, ansiedad-depresión o intestino irritable, entre otras. Es una enfermedad frecuente y en España se estima que un 4.2% de las mujeres padece la enfermedad, frente a un 0.2% de varones.
Aún se desconocen los mecanismos concretos por los que se produce la enfermedad, aunque parece existir una respuesta anormal por parte del sistema nervioso central y autonómico ante situaciones de estrés tanto físicas (infecciones, traumatismos, cirugías, etc.) como psicológicas que condicionarían una percepción alterada del dolor, entre otros síntomas.
Presenta un curso crónico, de carácter fluctuante y con aparición de brotes según desencadenantes como estrés, sobreesfuerzo, cambios de tiempo, fases del ciclo menstrual, etc., y donde es muy importante que los pacientes sepan detectar estos desencadenantes para poder ellos mismos evitar los brotes en la medida de lo posible.
Es considerada como la principal causa de dolor crónico generalizado y con una gran repercusión en calidad de vida percibida por los pacientes.
El diagnóstico de fibromialgia es clínico, es decir, no existe actualmente ninguna técnica radiológica o de laboratorio que permita diagnosticar la enfermedad. Se basa en los síntomas y en la exploración del paciente, donde se detectarán puntos dolorosos (hasta 18) repartidos por todo el cuerpo. Puede aparecer como enfermedad única o estar asociada a otras enfermedades como las llamadas autoinmunes (lupus, artritis reumatoide, etc.)
Hasta la fecha no existe un tratamiento estándar ni curativo de la enfermedad. En la entrevista médico-paciente se deben fijar objetivos realistas de control de síntomas y compaginar terapias farmacológicas con las no farmacológicas.
De los tratamientos no farmacológicos, el ejercicio físico suave parece disminuir el dolor. El tipo, grado, intensidad y ritmo de la actividad física debe ser adaptado a cada paciente. Los analgésicos habituales disminuyen de manera parcial el dolor, y debe evitarse el uso de opioides por la ineficacia. También pueden utilizarse antidepresivos de acción dual (aumentan niveles de serotonina y dopamina) así como antiepilépticos (pregabalina) porque actúan sobre la percepción de dolor a nivel del sistema nervioso.